La insurgencia no siempre tiene la historia de su lado


La insurgencia no siempre tiene la historia de su lado

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Resume e infórmame rápido ESCUCHA ESTE ARTÍCULO Audio generado con IA de Google A FINALES DEL OTOÑO DE 1978 SE ME acercó un grupo defensor de los derechos de los tamiles de Sri Lanka, que


visitó la oficina del semanario socialista en Londres donde yo estaba trabajando entonces y me suplicó que hiciera una visita a su país. Digo “su” país, aunque ellos realmente se referían a


él como “Ceilán”: el nombre colonial británico que siguió siendo el nombre del país después de la independencia en 1948. Fue cambiado apenas en 1972. “Lanka” es simplemente la palabra para


isla en sánscrito, el prefijo “Sri” tiene una connotación de santidad y la alteración generalmente reflejaba las aspiraciones y preferencias de la mayoría budista de habla cingalesa. Así que


la diferencia en el énfasis ahí era bastante grande para empezar. Sin embargo, todo lo que estos camaradas tamiles querían era algún reportaje humanitario. Un ciclón devastador acababa de


azotar la costa oriental de la isla, en torno a la ciudad de Batticaloa, en áreas de alta densidad de población tamil. Temían que el Gobierno no se esforzara mucho por llevar auxilio a un


área tamil y me pidieron que actuara como observador. Así que pasé algún tiempo de ese diciembre en las localidades y aldeas arrasadas por el ciclón en el distrito damnificado y descubrí que


el esfuerzo de ayuda era verdaderamente inadecuado en gran medida, pues el material a menudo era desviado al mercado negro o se lo apropiaba el ejército. También descubrí la fuerte


sensación de ciudadanía de segunda clase que tenían muchos tamiles. Muchos de ellos eran indígenas de la isla, mientras que otros habían sido traídos en balsas en el siglo XIX por los


británicos desde las áreas tamiles del sur de India como trabajadores esclavizados para laborar en las plantaciones que aún producen el té más delicioso del mundo. Ya que tendían a ser


ligeramente más pequeños y más oscuros que los cingaleses, están más proletarizados y es menos probable que sean budistas y más probable que sean hindúes, los tamiles han sido menospreciados


y sometidos a numerosas formas de discriminación. Me interesé, escribí algunos artículos, pronuncié algunos discursos en cenas en Londres para recaudar fondos para ayudar a los tamiles


afectados por inundaciones, satiricé a los extremistas nacionalistas budistas que adoraban el diente de Buda y habían organizado matanzas contra los tamiles, y empecé a hacer amigos tamiles.


También me volví vagamente consciente de que, detrás de la letanía general de las quejas y lamentaciones tamiles, muchas de ellas justificadas, había otra fuerza. Era mencionada más bien en


voz baja como “los Tigres”, y sus simpatizantes a menudo podían ser detectados por su hábito de referirse no a Sri Lanka o incluso a Ceilán sino a “Eelam”: el nombre de un futuro Estado


únicamente tamil. Sin quererlo, estuve presente durante las primeras actividades de esta organización, que tenía mucho apoyo, como a menudo sucede con los movimientos irredentistas y


ultranacionalistas, entre la diáspora. Hay muchas comunidades de tamiles de altos ingresos en otros países de la Mancomunidad Británica de Naciones, así como en Europa y Norteamérica, y su


apoyo fue un factor que contribuyó mucho a la duración de la insurgencia o (si prefieren) la guerra civil más prolongada de Asia: una que presumiblemente acaba de terminar. Aun cuando se


sumen las dos poblaciones tamiles reconocidas de Sri Lanka, no representan siquiera una quinta parte de la población en general. Pero en la cúspide de su desesperada militancia, hace una


década más o menos, los Tigres de la Liberación del Eelam Tamil (TLET) controlaron quizá un tercio del territorio del país, incluyendo la línea costera de Batticaloa a Trincomalee en el este


y la península de Jaffna en el norte. Nunca hubo posibilidad alguna de que los partidos cingaleses, o en realidad muchos de los tamiles urbanos, aceptaran ese hecho consumado. Ni hubo


probabilidad alguna de que China y Pakistán permitieran que esa isla obviamente estratégica, con sus muelles y puertos que antes pertenecían a la Armada Real, se dividiera a favor de una


minoría con lazos tan fuertes con India. Bajo el liderazgo del difunto Velupillai Prabhakaran, el TLET abusó enormemente de su oportunidad de éxito. Estableció una dictadura en las áreas que


controlaba y reclutaba a niños soldados y atacantes suicidas. Uno de los segundos incluso asesinó al primer ministro indio Rajiv Gandhi en 1991: algo verdaderamente suicida, dada la


necesidad de los tamiles de la simpatía india. El endurecimiento del sentimiento cingalés, las divisiones y deserciones inevitables que surgieron del liderazgo estilo Jonestown de


Prabhakaran y, quizá sobre todo, la adquisición de aviones y otro material de China y Pakistán, eventualmente dieron impulso al gobierno central en Colombo. Tras decidir pelear como un


ejército convencional que pertenecía a un Estado separado, el TLEL ahora ha sido derrotado como un ejército convencional y su Estado ha dejado de existir. Desde que los británicos derrotaron


a los comunistas malayos (que estaban demasiado restringidos a la población china malaya) en los años 40 y 50, ninguna otra rebelión asiática importante ha sido derrotada tan completamente.


Persiste, como siempre, la cuestión de la propia población tamil. No parece abrumadoramente probable que el régimen victorioso del presidente de Sri Lanka, Mahinda Rajapaksa, actualmente


involucrado en un acceso de triunfalismo, esté en la posición más fuerte de ofrecer una mano al liderazgo tamil civil. Pero sería una sorpresa muy agradable si lo hiciera. Simplemente no es


cierto, como tienden a creer algunos liberales, que las insurgencias, una vez en marcha, tengan la historia de su lado. Al igual que por naciones como Gran Bretaña y Rusia, pueden ser


derrotadas por estados del Tercer Mundo decididos, como Argelia en los años 90 e incluso Irak en la década actual. Los liderazgos de insurgencia a menudo cometen errores en el frente de “los


corazones y las mentes”, al igual que los gobiernos, y los gobiernos no siempre son estúpidos para prohibir la presencia de la prensa en la línea del frente, decir a las agencias de


derechos humanos que se aparten del camino y depender del anhelo popular por la ley y el orden. También puede ser importante tener en mente, como se volvió crucial en Sri Lanka, que las


mayorías también tienen derechos.   *Periodista, comentarista político y crítico literario, muy conocido por sus puntos de vista disidentes, su ironía y su agudeza intelectual.(Traducción de


Héctor Shelley).