Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades
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Por Anne Hoyt,
AARP
Published 14 de diciembre de 2022DIRECTOR: Alejandro González IñárrituGUION: Alejandro González Iñárritu y Nicolás GiacoboneELENCO: Daniel Giménez Cacho (Silverio), Griselda Siciliani, (Lucia) Ximena Lamadrid (Camila) Íker
Solano (Lorenzo) y Francisco Rubio (Luis)FOTOGRAFÍA: Darius KhondjiDURACION: 159 min.ESTRENO: 16 de diciembre en Netflix
Al dirigir 8 ½ (1963), Fellini inventó un subgénero del cine de autor en el que el artista, pasando por una crisis existencial y de la edad madura, revisita su pasado en tono onírico,
surrealista y hasta fantasmagórico. Hacer un propio “8 ½” se convirtió, desde entonces, en un rito casi obligado para cineastas consagrados. Truffaut en Day for Night, Allen en Stardust
Memories, y Alfonso Cuarón en Roma, lo hicieron. Alejandro Iñárritu no se podía quedar atrás.
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Bardo en sus momentos de farsa es un mal Fellini. El filme no es el 8 ½ de Iñárritu, es mucho más que eso: está a la altura de clásicos como Soy Cuba de Mikhail Kalatozov y Zerkalo (El
espejo) de Andrei Tarkovsky; es una película impresionista, sensorial, una extensión empírica del “yo”. En su radical honestidad, Bardo, Falsa crónica de unas cuantas verdades, que debuta en
Neftlix el 16 de diciembre, rebasa la dimensión estética y alcanza la ética.
El título alude a la zona mística del budismo tibetano, en la que el alma, abandonando al cuerpo, se debate entre una reencarnación y otra. Bardo es un espacio liminal en el que se
experimentan visiones sobre la vida que se deja atrás. Iñárritu transforma ese estado en uno en que el migrante, que ha pasado demasiado tiempo fuera de su país, siente que ya no es de “aquí
ni de allá”. Esa posición intermedia funciona como una alegoría de la frontera que divide a Estados Unidos y México. Consciente de la imposibilidad de regresar a un hogar físico (el México
que dejó atrás), Iñárritu crea uno metafórico.