Óliver laxe: «hoy en día no hay nada más contracultural y punki que hablar de fe»
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ÓLIVER LAXE ganó el premio del Jurado el pasado sábado en el Festival de Cannes, pero la fortuna le había llegado antes, mucho antes. «Vivo en un paraíso, en una montaña que es de una
belleza escandalosa. Yo ya lo he conseguido, ya tengo ... éxito». Antes de viajar al glamur de las alfombras rojas, donde se mueve con aire de modelo parisino, plantó tomates en su huerto.
«Tenía la vana ilusión de que podría estar en casa regándolos y comiéndomelos». Al menos este año, se quedarán en la mata porque el gallego, nacido hace 43 años en París y terminado de
formar en Marruecos, estará recorriendo el mundo con 'Sirat', su película. Así que tras la resaca festivalera, y con esas montañas gallegas al fondo, saca tiempo para charlar con
ABC sobre la vida, la trascendencia, la espiritualidad... elementos que acompañan a los 'raveros' protagonistas de su película, unos 'peterpanes' que atraviesan el
desierto para encontrarse. Ese 'Sirat', el «PUENTE MÁS FINO QUE UN CABELLO Y MÁS AFILADO QUE UNA ESPADA» que cruzarán los humanos el Día del Juicio para entrar al Paraíso, no deja
de ser una de las películas más sorprendentes de los últimos años. —¿CÓMO SE MANEJA EL PASAR DE SUFRIR RODANDO EN EL DESIERTO AL GLAMUR DE LA ALFOMBRA ROJA? —Lo vivo con tensión, la verdad.
Por un lado, estos días están siendo bastante potentes porque, de alguna manera, la vida lo que me está diciendo es que estoy en el camino correcto. Siempre hablo de la dimensión del
servicio en mi trabajo, vamos a llamarle «mi misión». Creo que lo estamos consiguiendo. Hemos hecho una película fuerte que remueve al espectador por dentro y le hace mirar en su interior,
lo cual es muy difícil en estos tiempos. En ese sentido, estoy muy conectado a la vida. Por otro lado, vivo con tensión el no poder estar en mi casa, en Ancares. Tienes que tener en cuenta
que vivo en un paraíso. —¿ES, ENTONCES, UN SACRIFICIO? —A mí me gusta mucho la etimología de esa palabra: sacrificio es hacerse sagrados. O sea, hay algo en el sacrificio que es inevitable y
que es positivo, pero obviamente tiene que haber tributos... La vida está basada en tributos. Y de esto habla mi película también un poco. —HABLANDO DE ESOS TRIBUTOS, NO SÉ SI HAY UNA
MIRADA DIFERENTE A LOS PROTAGONISTAS DE ESTA PELÍCULA RESPECTO A OTRAS ANTERIORES, COMO 'MIMOSAS'. —No, la verdad es que tengo un poco la misma cosmovisión. Soy lo que técnicamente
se conoce por un creyente, es decir, las personas que creen que no hay una hoja de ningún árbol que no se agite por una razón perfecta, milimétrica e inteligente. Y, además, soy de los que
sienten que la vida, aunque se exprese a través del accidente y de la tragedia, es siempre benéfica y misericordiosa. Sí que he madurado en radicalidad. Y lo digo otra vez en su sentido
etimológico, que es de raíz, 'radicalis'. He madurado en fe, tengo una fe más sólida. Eso me ha permitido saltar al abismo. Es una película muy arriesgada la que he hecho. —¿QUÉ
SIGNIFICA SER UNA PERSONA RADICAL? —Que no hace concesiones a la hora de conectar con uno mismo. Alguien que toma el camino que cree que tiene que tomar sin medir, sin pensar en las
consecuencias, porque sabe que es benéfico. A veces no lo logro del todo y la vida está ahí, con sus mecanismos, para abofetearme y ponerme en mi lugar. «Hoy en día los artistas tenemos más
proporción de personalidad que de esencia. Más proporción de ego que de verdad. Entonces nuestro trabajo tiene menos luz del que tenía el de nuestros maestros» Óliver Laxe Cineasta —LA VIDA
ABOFETEA A SUS PERSONAJES... —Sí, hay veces que la vida nos dice que no has hecho el trabajo y te obliga a hacerlo. En la peli, barre el ego de los protagonistas y los obliga a mirar
adentro. Es un poco lo que está sucediendo en el mundo, que nos está obligando a mirarnos. Me gusta esto que dice Rumi [un místico del Siglo XIII]: «Los corazones frágiles son los más
bonitos porque dejan pasar luz a través de sus fisuras». Me gusta la gente frágil, de alguna manera. Por eso trabajo con actores no profesionales, porque ante una cámara hay una
vulnerabilidad muy pura. —DECÍA QUE ES UN HOMBRE RADICALMENTE DE FE... ¿CÓMO ALIMENTA ESA FE? —Pues... Pues, bueno, leyendo a místicos. Y tengo un maestro, también terapeuta... Tengo guías,
claro. Y, bueno, creo que dependiendo lo trabajado que estés, atraes a una gente u otra. Tengo la suerte de que siempre atraigo a gente que tiene fe. Es decir, que son maduros, que entienden
los mecanismos de la vida. Decía otro místico que el ser humano, y de esto habla un poco 'Sirat' también, va como en unas vías de tren. Es decir, no puede decidir si gira a la
izquierda o a la derecha. Su capacidad de voluntad es muy pequeña. Lo único que puede decidir es si quiere ir en primera o en tercera clase, dependiendo de su capacidad de aceptación. —¿Y
QUÉ ES LA CAPACIDAD DE ACEPTACIÓN? —Pues es la fe. La persona libre, la persona emancipada, es aquella que asume que está sometida a leyes que la trascienden. Eso es ir en primera clase. Eso
es aceptación. Y lo hacen un poco nuestros personajes: se abandonan... Hay un momento en el que tienen la humildad de someterse a la realidad. —¿EL CINE ES, POR TANTO, UN ACTO DE FE, UN
ACTO DE ABANDONARSE? —El cine es gestionar la frustración. Y efectivamente, tenemos la arrogancia de jugar a ser dioses. Fíjate, ¡es que recreamos el mundo! Qué arrogantes. Al contrario que
otras expresiones artísticas, en el cine lo que tú planificas y lo que te da la realidad casi siempre es diferente. La realidad te somete. Y esto que es frustrante sirve para ejercitar un
músculo que es muy bueno para nuestras vidas. Yo tengo experiencia rodando, pero estoy ahí y me frustro porque... no sé, este día no hace buen día, o no hace rácord con la toma del día
anterior. Pero después, cuando estoy en la sala de montaje, me doy cuenta que tenía que ser así. Que fue perfecto. Poco a poco he ido entendiendo que el arte, cuando es bueno, trasciende al
autor. Cuando las películas se pueden expresar a pesar del autor. Y creo que 'Sirat' está funcionando muy bien porque es una película que habla de este tiempo. Creo que el cine
tiene que recoger los miedos y las pasiones y los deseos y los sueños de su tiempo. También habla de un ser humano que intenta buscar trascendencia y a veces no tiene las mejores
herramientas. Los raveros, a través del baile, de la música, desgraciadamente de las drogas también, intentan trascenderse. Al final la película muestra a un ser humano desnudo en el
desierto. Humilde, que mira al cielo con deseos, pero también con impotencia. «Vivimos en una sociedad muy tanatofóbica. Creo que ya no tenemos esos ceremoniales ligados a la muerte, esos
ritos de paso» Óliver Laxe —¿EN ESE FINAL HAY TAMBIÉN UN SER HUMANO «TEMEROSO DE DIOS»? —Bueno, es saber que eres pequeño. Y saber que la vida tiene sus reglas. La muerte les pisa los
talones. De alguna manera la vida les pone en su sitio. Vivimos en una sociedad muy tanatofóbica. Creo que ya no tenemos esas experiencias, esos ceremoniales ligados a la muerte, esos ritos
de paso... Y creo que el cine puede seguir siendo el espacio donde sentir cosas fuertes que ya no vivimos en nuestra vida. Y va por ahí un poco la peli que creo que, como toda ceremonia, es
intensa. —EN UN MUNDO SATURADO DE IMAGEN, DE CONTENIDO, DE AUDIOVISUAL. ¿UNA PELÍCULA COMO LA SUYA ESTÁ CONCEBIDA PARA NAVEGAR A CONTRACORRIENTE? —Si tú pones en una máquina todo el
audiovisual que se hace en el mundo, yo podría decirte que el 95% se dedica a la distracción o a la destrucción. A narcotizarnos para que sigamos viviendo con una imagen idealizada de
nosotros mismos. Es decir, neurotizados. En paralelo, hay ciertos creadores que con sus imperfecciones intentan hacer un cine con alma, que toque, que tenga hondura, que sea esencial. Es
difícil porque hoy en día los artistas tenemos más proporción de personalidad que de esencia. Tenemos más proporción de ego que de verdad. Entonces nuestro trabajo tiene menos luz de la que
tenía el de nuestros maestros. Pero bueno... No sé, hablando más de mí... Siempre he ido un poco a contracorriente al hablar de ligar mi proceso creativo a la espiritualidad. No hay nada más
contracultural y radical hoy en día que hablar de fe. No hay nada más punki. Y no hay nada más peligroso también. Denominarse creyente hoy en día, cuando los creyentes estamos en el
armario, escondidos es... Decía un místico que ser creyente al final de los tiempos será duro como tener brasas ardiendo en la mano. —¿QUÉ MÍSTICO? —[Sonríe] Pues lo decía al profeta
Mohammed. Lo bueno es que para nosotros, la gente con fe, esta vida es... O sea, yo no tengo ningún tipo de miedo. Qué más da todo. No hay espacio para temer. —¿POR QUÉ CREE QUE SUCEDE QUE
EN LOS ARTISTAS DE AHORA HAY «MÁS EGO QUE VERDAD», COMO DECÍA ANTES? —Lo digo sin dramatismo, pero de manera realista. Hay unos procesos de secularización y de desacralización del mundo que
están ahí, que son históricos. Digamos que hubo varios eventos que repercutieron en ello. Estamos viviendo un momento duro, difícil, pero gracias a ello también hay mucha gente que se está
expresando con nobleza. —¿SON LOS JÓVENES QUIENES HACEN ESO?DIJO EN CANNES QUE CON 'SIRAT' BUSCABA SER UN REFERENTE PARA ELLOS, PERO SUS PROTAGONISTAS, ESTOS AMANTES DE LAS
'RAVES', ESTÁN EN HUIDA DE LA JUVENTUD... —Bueno, son un poco 'peterpanes'. Hay un cierto hedonismo escapista. Una frase mitológica dentro de la cultura 'rave'
es que «hundimos nuestras cabezas en los altavoces para no escuchar cómo el mundo se derrumba». Creo que esa narcosis la vemos en muchas partes de nuestra sociedad, los del fútbol, los de la
política, los de las series. Todos tenemos nuestras maneras de no conectar con nosotros y de no conectar con la realidad. Lo que he querido, y creo que la película es joven por eso, es
hacerla viva: tiene suspense, género, hay pruebas que tienen que superar, ríos, montañas... Hay algo del cine popular americano de los 80, 90. Me identifico mucho con las generaciones
nuevas, porque hay una falta de referentes fuerte. En el fondo, cuando eres joven, hay un anhelo de trascendencia en ti. Y no hay referentes, sobre todo espirituales.Yo iba a la asignatura
de religión en el colegio y no me agitaban el corazón, nunca me sentí estimulado. Y era sencillo: tener una persona que te toque el corazón. Luego encontré mis referentes primero en el arte,
eso me dio una luz que no tenía en unos tiempos difíciles. Como artista, mi compromiso es plantar una semilla de luz en los jóvenes. Es probable que no entiendan la peli, pero no dudo que
esas imágenes operarán en su interior de manera benéfica. Que quizá salten de esta película a otra, o a un libro, o a un retiro. Espero por lo menos que vayan más al cine que a las
'raves'. «El 95% del audiovisual que se hace se dedica a la distracción o a la destrucción. A narcotizarnos para que sigamos viviendo con una imagen idealizada de nosotros mismos.
Es decir, neurotizados» Óliver Laxe —¿EL CINE LE HA DADO SERENIDAD O ES UN CAMINO TORTUOSO? —Mi práctica artística tiene una parte de misión. Pero tiene una parte neurótica. Cada vez soy más
consciente. Es una manera de pedir amor un poco retorcida, no del todo equilibrada. Es como si le dijera a la gente: «Mira lo que hago, quiéreme». Neuróticamente necesito sentirme especial
porque en esencia no lo soy, no lo siento. Es un mecanismo en el que construyo una imagen idealizada de mí. En eso pongo consciencia, lo que hace que cada vez tenga menos necesidad de hacer
películas. Por otro lado la realidad me dice que este es mi camino. De alguna manera, mi dimensión como artista, no sé hasta qué punto, ha velado mi práctica espiritual. A veces me da la
sensación de que es un freno para emanciparme de verdad. A lo mejor mi vida necesita decisiones más radicales. No sé cuántas pelis más haré. Estoy siempre con esa tensión. —¿A QUÉ SE REFIERE
CON EMANCIPARSE DE VERDAD? —La vida tiene sus maneras de hacerme sentir humilde, que el éxito es algo más que ganar en Cannes. Por ejemplo, la familia... El hecho de no haber logrado
todavía construir una familia es la manera que tiene la vida de decirme que me queda mucho camino.