Elon musk se despide de la casa blanca con un ojo morado y sin atajar el déficit: «esto no es el final»

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Último día, fin de contrato y despedida al estilo 'reality show'. Donald Trump cedió este viernes el foco a su empleado estrella: Elon Musk. Fue en el Despacho Oval, con la
escenografía que el presidente domina como nadie. Trump, en su silla presidencial; ... Musk, a su lado, gesto a veces grave. La salida fue cordial. No hubo indemnización ni salario
pendiente. Al contrario: MUSK NO COBRÓ UN DÓLAR Y SE VA TRAS PERDER MÁS DE 125.000 MILLONES de una fortuna que superaba los 425.000. Un experimento sin sueldo, pero con un coste colosal.
«Tuvo que esquivar pedradas y flechas. Es una vergüenza. Es un patriota increíble y el 90% del país lo sabe», dijo Trump, antes de ENTREGARLE UNA LLAVE DORADA: acceso simbólico a la Casa
Blanca, señal de que puede volver cuando quiera. Musk respondió: «Esto no es el final, sino el principio», y ensalzó a su equipo como los que se quedan atrás «sosteniendo los recortes y la
autoridad como forma de vida». El magnate apareció con su ya icónica gorra negra del DOGE —las siglas del Departamento de Eficiencia Gubernamental— y una camiseta también negra, con letras
blancas que decían «The DogeFather», un guiño directo a «The Godfather». Llamaba la atención un moratón bajo su ojo derecho, ya visible en otras apariciones esta semana. Según Musk, la causa
fue un puñetazo que le dio su hijo mientras jugaba con él. La imagen hablaba por sí sola: SE VA CON MÁS DE UN GOLPE RECIBIDO. La comparecencia marca el final de 130 DÍAS DE EXPERIMENTO
RADICAL: el intento de Elon Musk de desmantelar la burocracia federal y reescribir las reglas del gasto público. Llegó con la promesa de RECORTAR DOS BILLONES DE DÓLARES, luego la rebajó a
uno, y se marcha tras lograr apenas 150.000 millones. Pese al ajuste, la nueva ley de presupuestos aprobada en el Capitolio prevé un aumento del déficit. Su estilo fue una provocación
constante: camisetas con el lema «soporte técnico», botas de vaquero, una gorra negra que apenas se quitó, y una actitud desafiante que desbordó los protocolos de Washington. Dormía en un
saco de dormir en un anexo de la Casa Blanca, llevaba a su hijo a cuestas por el Despacho Oval y reprendía sin filtros a los secretarios del gabinete, generando enfrentamientos sonados. El
17 de abril, durante una visita de GIORGIA MELONI, sus gritos con el secretario del Tesoro, Scott Bessent, se escuchaban desde la antesala del presidente. Su presencia desconcertó al poder
institucional: no respondía ante nadie, hablaba como un redentor, actuaba como un invasor y se movía con la arrogancia de quien cree que todo le pertenece. VENENO ELECTORAL Al final, su
caída no fue por los demócratas ni por las encuestas, sino porque se volvió una carga insostenible para el propio Gobierno. Con un 54% de desaprobación y solo un 35% de apoyo, Musk se
convirtió en VENENO ELECTORAL. En abril invirtió 22 millones de dólares para intentar colocar a un aliado en el Tribunal Supremo de Wisconsin. Su candidato perdió por 10 puntos y fue
derrotado incluso en el condado donde Musk repartía cheques y se ponía un queso en la cabeza para atraer votos. Ni el dinero ni el espectáculo bastaron. Para sus críticos, ha ido emergiendo
un patrón autodestructivo detrás de su paso por el poder. Según una investigación del diario 'The New York Times', Musk consumía KETAMINA A DIARIO, en dosis tan elevadas que le
provocaron daños en la vejiga. Viajaba con un pastillero que contenía unas 20 píldoras, incluyendo éxtasis, hongos alucinógenos y anfetaminas, según fuentes que mostraron al diario fotos del
contenido. Preguntado por esas revelaciones, Musk acusó al 'Times' de mentir. «Siguiente asunto», dijo, sonriendo. COMPORTAMIENTO ERRÁTICO Su comportamiento errático en los
últimos meses —gritos, desplantes, algo parecido a un saludo nazi en un mitin que él negó— fue atribuido por viejos amigos a esos estupefacientes. Aunque formalmente estaba contratado como
«empleado especial del Gobierno» y no se le aplicaban las reglas habituales sobre controles de drogas, su influencia era directa: asistía a reuniones con líderes extranjeros, manejaba
presupuestos y tenía acceso a información muy sensible. El cargo de empleado especial del Gobierno permite sortear la confirmación del Senado y fichar a figuras externas por hasta 130 días
al año. Es una vía legal pensada para consultores y asesores sin poder ejecutivo formal. Pero si esa figura asume control presupuestario, firma decretos o accede a información clasificada
—como hizo Musk—, la ley exige confirmación del Senado, donde basta una mayoría simple, que los republicanos mantienen por ahora. Musk se lanzó con todo tras el intento de asesinato de Trump
en un mitin en Pensilvania. Fue su punto de inflexión. Desde entonces, gastó al menos 250 millones de dólares de su fortuna en apoyar el regreso del candidato a la Casa Blanca. No fue un
gesto simbólico, sino una ofensiva política y financiera en toda regla. Se convirtió en su aliado más fiel, y Trump lo ha defendido sin reparos desde entonces, olvidando viejas críticas.
Musk, entregado y teatral, se subió al escenario con él, lo presentó como salvador de la civilización occidental y puso su fortuna al servicio de su presidencia. Al final, su experiencia, su
breve y fugaz carrera política, demuestra que el dinero —incluso todo el dinero del hombre más rico del mundo— no compra popularidad ni poder real. Trump, de todos modos, le dejó la puerta
abierta: «Se va, pero se queda. No se va del todo. Volverá por aquí». En un tono más distendido, casi de charla informal, Trump demostró su disposición a contestar preguntas de todo tipo,
sin filtros. Contó en una respuesta que había hablado con EMMANUEL MACRON tras la difusión viral de un vídeo en el que su esposa le daba un bofetón antes de bajarse del avión presidencial
francés. «Están bien», zanjó. «Son dos personas realmente buenas». Y añadió, con sorna, su consejo al presidente francés: «Asegúrate de que la puerta quede bien cerrada».