Agenda 21, la historia del pacto que pensó un mundo distinto


Agenda 21, la historia del pacto que pensó un mundo distinto

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Sobre Union Square, en Nueva York, un reloj marca el fin de la vida en la Tierra. 6 años, 346 días y un minutero que retrocede con rapidez, es el tiempo que le queda a la humanidad, según


cálculos del Instituto de Investigación Mercator, para limitar su accionar sobre el cambio climático. Un tic tac que en 2021 llega a cero en la Agenda 21, uno de los primeros planes globales


(1992) que buscó una manera sostenible de habitar el planeta. Tras 29 años, su aprobación abrió caminos y planteó retos para la conservación de la vida, aún vigentes. La Agenda 21 fue


acordada y ratificada en la Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente y Desarrollo realizada en Río de Janeiro (Brasil), en 1992 por 172 países, incluido Colombia. El programa buscaba


impulsar la sostenibilidad a nivel mundial y orientar un nuevo modelo de desarrollo. Llegar a él no fue fácil. Ya desde 1962 la bióloga marina Rachel Carson dio el primer campanazo de alerta


ambiental con la publicación de “Primavera silenciosa”, una investigación en la que denunció el uso de pesticidas en la cadena alimenticia y que provocó el nacimiento de organismos como la


Agencia de Protección Ambiental en EE.UU. y el endurecimiento de regulaciones en ese país. Poco después, el Club de Roma, un pequeño grupo de prominentes científicos, presentaría Los límites


del crecimiento, una investigación que simulaba doce escenarios sobre el futuro medioambiental y económico del mundo; en solo cuatro de ellos se evitaba el colapso global. “Finalmente, en


1987 se publicó el Informe Brundtland, en el que se estableció que la sostenibilidad debía ser concebida como que las generaciones presentes satisficieran sus necesidades sin comprometer la


posibilidad de que las generaciones futuras también lo hicieran”, explica Nicolás Molina, docente e investigador en desarrollo sostenible y sostenibilidad corporativa de la Escuela de


Economía de la UPB. Había ya un ambiente favorable para discutir. “Allí se hizo explícito que había una necesidad de tener agenda global”. Cuatro años después llegó Agenda 21. ¿QUÉ


SIGNIFICÓ? “En aquellos años, tras su aprobación, en la Universidad de Antioquia comenzamos a hablar masivamente de estos temas”, recuerda Molina. “Si nos devolvemos a 1992, muy pocos creían


en el cambio climático. No había una discusión seria sobre los contaminantes atmosféricos. En Medellín no nos los imaginábamos siquiera”, agrega Fernando Alzate Guarín, biólogo de la U. de.


A. “La Agenda 21 puso sobre la mesa, por primera vez de forma global, asuntos como qué vamos a hacer con el plástico, con la calidad atmosférica, con las tasas de deforestación o la pobreza


a nivel mundial”. El programa se establecía sobre tres pilares: la sostenibilidad medioambiental; la justicia social; y el equilibrio económico. “En Río se comienza a utilizar el concepto


de desarrollo sostenible de forma masiva”, explica Maria Alejandra Gonzalez-Perez, coordinadora de Ética y Responsabilidad social de la Universidad Eafit, “identificándolo con las


dimensiones social, ambiental y económica”. Objetivos como la planificación y la ordenación de los recursos de tierras; la calidad y el suministro de agua dulce; la lucha contra la


deforestación y la protección de la atmósfera, hicieron parte de los objetivos de Agenda 21. Su nacimiento involucró por primera vez a organizaciones gubernamentales y sociales; Ongs y


academia, todos alrededor de pensar un futuro en el que se pudiera convivir en la naturaleza de forma equilibrada. “Fue una iniciativa que marcó un hito. Se buscaba impactar casi todos los


campos en los que el hombre interactuaba con su medio ambiente. Era excesivamente amplia, lo que la hacía muy ambiciosa, pero difícil cumplir”, dice Guarín. “Fuimos soñadores. Muchas de las


medidas no terminaron teniendo el impacto que debieron haber tenido”. LAS DEUDAS En 2012 la comunidad internacional decidió evaluar su desempeño en la Agenda 21. “Se hacen unas preguntas


sobre qué tanto habíamos avanzado respecto a estas metas previas” señala Molina. “Por ejemplo, se pretendió que los países disminuyeran su tasa de deforestación. Y es evidente que no fue


así”, dice Alzate. “Brasil para 2020 reportó el mayor valor en deforestación en la Amazonía en todos los años que se tienen registros”. Según el Instituto Nacional de Investigaciones


Espaciales (Inpe, por sus siglas en portugués), 8.426 kilómetros cuadrados de selva amazónica en Brasil se perdieron por la deforestación en 2020. “En la conferencia Río+20 se vio que los


objetivos que se habían propuesto no se iban a cumplir en su totalidad. Necesitábamos otro grupo. Nacen entonces los objetivos de desarrollo sostenible y de ahí salió lo que se conoce como


la Agenda 2030”, explica González. “Todo es parte de una evolución en la apropiación del desarrollo sostenible”. La Agenda 2030 se plantea con matices distintos a su antecesora. “Estamos


trabajando ya con urgencia. Esta década se conoce como la de acción. Es obligatorio, ya no hay más tiempo”, añade González. “Es una Agenda más enfocada, no tan general como la 21, y cuenta


con mayor legitimidad”, finaliza Molina. Lo importante, concuerdan ambos, no necesariamente es cumplir los objetivos de desarrollo sostenible, “hay que mantener el sentido de su importancia


y urgencia, sostener la acción”. El mundo se enfrenta a 10 años vitales. El reloj continúa su tic tac hacía atrás.