Más buero vallejo, menos hollywood | ideal
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Cuando compré unas patatas fritas de bolsa con sabor a queso y un paquete de pan de molde en la tienda de la esquina, respiré ... tranquilo. Que la posibilidad del principio del fin del
mundo te pille bien pertrechado es importante, y como yo soy de los cándidos que hicieron caso a la comisaria europea del kit de supervivencia, ya había atesorado latas de fabada y agua
embotellada. ¡Poca broma con lo de las linternas, transistores y pilas, por mucho que ironizáramos sobre el tema en su momento! Lo que todavía no tengo es hornillo, pero con lo torpe que
soy, me da miedo quemar algo o, peor aún, que se me quemen las judías. Cuando vi que se había caído internet y no tenía luz, me asomé al descansillo. El edificio entero estaba a oscuras.
Vale. Por guasap, que iba a trancas y barrancas, me enteré de que el apagón afectaba a otros barrios de Granada, así que aproveché para calzarme las zapatillas y salir a trotar un rato, por
lo que pudiera pasar. Si llegaba el Apocalipsis, que me pillara cansado. Le presté atención a los ruidos y sonidos. Cada vez que me cruzaba con alguien que hablaba por teléfono, me daba
alegría. «Tan grave no es», me consolaba. Entonces escuchaba la sirena de un camión de bomberos que se incorporaba a la autovía y entraba en pánico. Mientras, los pajaritos seguían con su
piar, ajenos a las zozobras humanas. En las gasolineras empezaban a hacerse colas más largas que de costumbre. Los semáforos no iban y, paradójicamente, los conductores se mostraban más
tranquilos y solícitos de lo habitual, conduciendo más despacio, con más miramiento. En el PTS, el crepitar de su grupo electrógeno, dándolo todo. Por la tarde, el factor humano. Las
terrazas de bares y cafeterías llenas con la clientela cómodamente sentada, apurando las últimas existencias. Avenidas, calles y plazas abarrotadas de gente que paseaba y charlaba
amigablemente. Pequeñas colas en las muchas pequeñas tiendas abiertas y, poco a poco, persianas de bares y comercios cerrándose manualmente, barriles metálicos de cerveza rodando por el
suelo y un silencio creciente. Caía la tarde. Los vecinos demorándose en el portal, los transistores escuchándose por el ojopatio y la linterna a mano. Cena tempranera, mientras había luz, y
a dormir prontico. El guion del lunes fue más de Buero Vallejo que de un showrunner de Hollywood. Afortunadamente.