Hijos del horror | Ideal
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Comenta Compartir Hijos La España de mis abuelos es hija del hambre y de la muerte, del espanto de los cementerios, del miedo y de las hogazas ... de pan negro y duro, de galletas rotas que
podían comprarse -por piezas- en los días señalados, de la carne que nunca llegaba. Del dolor. Será por eso que esta España, heredera de aquel tiempo, se identifica tanto con el horror que
padecen otros, ya sea en Ucrania, ya sea en Gaza. Los españolitos normales que se levantan al alba para trabajar y regresan a casa agotados, esos que no juegan con las palabras porque tienen
que priorizar llevar a la niña al colegio o al abuelo al médico, todavía son capaces de comprender el sufrimiento ajeno sin quedarse inconmovibles, sin sentirlo como algo ajeno. Digo esto
pensando en las batallas dialécticas de los últimos días sobre el número de niños que agonizan diariamente en los territorios ocupados, de cuántas personas mueren por inanición o por bombas,
pero siempre con la mano del genocida Netanyahu detrás, jugando a ser Dios con el apoyo implícito de quienes no bloquean la perpetua degeneración del radical ultraderechista. No me sirve
que sea un Primer Ministro elegido democráticamente. No creo que los ciudadanos de Israel lo escogieran para exterminar a sus vecinos, sino para encontrar soluciones a una guerra eternizada.
A la inmensa maldad de los terroristas de Hamás no se puede responder con sangre y fuego, con esta aniquilación de la población civil, de las mujeres, hombres y niños que, sin dañar a
nadie, sobreviven en la tierra donde nacieron porque no tienen otro lugar donde ir, mientras la parca los observa con ojos codiciosos. Saben que ese es su destino, pero se resisten. Porque
siempre pierden los mismos y, desde luego, no son los que deciden quiénes morirán, los que lideran entre las sombras frotándose las manos con el posible botín, los restos del naufragio.
Muchos se han acostumbrado a esta manera de resistir en la catástrofe porque nacieron dentro de ella; entre francotiradores, lanzacohetes, escombros y cenizas. Sin medicamentos y con poca
agua potable. Y ahora sin comida, porque el asedio implica esto: provocar una hambruna, con sus consiguientes enfermedades, matar por inanición ante la atenta mirada del mundo. Precisamente
ese mundo que protesta porque no se permite la entrada de ayuda humanitaria, sí, pero que no obliga a que cese una catástrofe cuyos responsables tienen nombre y apellidos, pero a los que ni
les roza la atrocidad. Sean judíos o palestinos. Escribió ahora no sé dónde Cioran que somos capaces de imaginarlo todo, de predecir casi todo, a excepción de una cosa: hasta dónde podemos
hundirnos. Quienes sientan que esto no va con la Europa -teóricamente- libre de sobresaltos y miedos es que no se han enterado de nada. Hamás, en este momento, no es el pueblo gazatí, lo
mismo que los israelíes no han sido nunca el gobierno del partido Likud, de Netanyahu. Solo quienes sufren directamente esta nueva escalada de dolor y terror comprenden plenamente su
magnitud. Sin embargo, también son ellos quienes perciben cómo los mandamases de Occidente permite el exterminio de inocentes -de sus padres o sus hijos- y cómo no se exige con firmeza que
la justicia y la humanidad prevalezcan sobre el cálculo político. Y ese rencor, recuérdese, es posible que engendre más monstruos que busquen venganza. Límite de sesiones alcanzadas El
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